Cesario Padilla
Hasta
el sol de hoy, es digno recordar y rendir homenaje a aquellos compañeros y
compañeras que su lucha ha dejado huella de la patria, nuestra patria. En este
caso y ante la fecha que se nos presenta es un acto reivindicativo, sacar de
las murallas de olvido e impunidad a nuestros y nuestras mártires estudiantiles.
Un 19 de abril de 1988, la historia
–empapada de sangre- de nuestro país registró una certera puñalada, uno de
muchos casos que llenan de luto. El susurro con olor a muerte anunciaba la
desaparición de Roger Samuel Gonzales Zelaya. Entre las acusaciones estaba el
poseer 24 años de edad, ser Dirigente de la Federación de Estudiantes de
Segunda Enseñanza (FESE) y soñar una patria justa, humana.
Las víboras Verde-olivo lo asechaban, deseosos
de su sangre, desde que días atrás Roger participó en los actos de protesta que
terminaron con la quema de la sede de las barras sangrientas e invasoras y las
estrellas sin brillo. Se le vio por última vez en las cercanías del parque
central de Tegucigalpa, con dos mochilas cargadas de justicia y un maletín con
migajitas de patria. Elementos de la tristemente célebre Dirección Nacional de
Investigaciones (DNI) ejecutaron tal acción sin que, hasta el sol de hoy, se
conozca el paradero de Roger.
Nunca se imaginó que ese día saldría de casa
con destino hacia la impunidad, su madre jamás imaginó ese beso tierno en la
frente sería el último, quizá presagiando la despedida con olor a verdugo, a
muerte.
Lo buscó, lo buscaron, le buscamos quienes
guardamos la esperanza de verlo. Entre celdas y calle, preguntaron por vos, con
la esperanza –quizá- del encuentro. 26 años han pasado desde que los vulgares
defensores de la “soberbianía” nacional-norteamericana negaron tu presencia. Más de dos décadas han
cruzado en los murales del tiempo y solo te encontramos en los registros
sangrientos del pasado.
La prensa traidora, asquerosa y vendida, a 26
años es cómplice de tu desaparición. Todavía quedan restos de humedad en el
cuartelito aquel de Comayagüela para planear tu captura; en donde estos
asaltantes del micrófono y la palabra te vieron bajar el símbolo de la muerte.
Y así han pasado los años desde aquel día que te arrancaron una esperanza, una
alegría y te mantienen encerrado entre fusiles cargados de olvido y odio bajo
la celda-país con nombre de hondonada.
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